Estadísticas

sábado, 4 de mayo de 2013

Capítulo 2. Cambio.



     “Estaba cansada, me dolía todo. Pero no podía dejar de correr. Llegué a mi casa, subí a mi cuarto y me metí en la cama. Era muy tarde y yo había entrado dando portazos, pero no me importó.
     Al rato vinieron mis padres, quisieron hablar conmigo. Pero yo no quería saber nada de nadie. Lo único que quería era ahogarme en mis propias lágrimas. Debajo de aquellas sábanas de peluche tan suaves que me habían regalado por mi último cumpleaños, lejos de tener calor sólo sentía escalofríos. 
     Los golpes que daban en la puerta resonaban dentro de mi cabeza profundamente. Parecían hallarse muy lejos y sin embargo hacían que mi mente retumbara a su compás. Cada sonido era una palabra de las que habían pronunciado cruelmente hacía tan sólo horas. Y cada palabra me cortaba el alma como un cuchillo afilado. 
     -Marchaos…- susurré. 
     La voz apenas me salía del cuerpo, pero mi rabia aumentaba con cada llamada suya. Y yo no podía dejar de llorar, podía sentir cómo de un momento a otro explotaría. 
     -¡Dejadme!” 
     Abrí los ojos de repente. Sobresaltada miré a mi alrededor, estaba rodeada por las pocas personas que se encontraban en el mismo vagón que yo. Una mujer mayor me miraba con cara de preocupación y me agarraba fuertemente el hombro. Al darse cuenta que me hacía daño quitó la mano inmediatamente y poco a poco todos volvieron a sus asientos. Ella siguió a mi lado, jugando nerviosamente con el lazo del vestido de flores que llevaba. Era una mujer extravagante, con demasiados colores vivos en la ropa para la edad que debía tener y en comparación con las demás mujeres mayores. 
     -Me encuentro bien, señora. Sólo ha sido un mal sueño, gracias por preocuparse- intenté tranquilizarla, aunque era ella la que me estaba poniendo nerviosa a mí. 
     -Nadie grita así solamente por un mal sueño, muchacha. ¿Qué sucede?- sus ojos expectantes se clavaron sobre los míos. 
     Comprendí que no había nada que hacer con aquella anciana y tampoco tenía ánimo de luchar contra su curiosidad, así que me dejé caer sobre el espaldar del asiento y me limité a contestar: 
     -La pregunta debería ser más bien: ¿qué es lo que no me pasa? 
     La mujer cambió la expresión de preocupación por una de sosiego y  mostró una suave sonrisa, que hizo que su rostro pareciera más dulce y amable. En ese momento sentí tranquilidad hablando con ella y por un segundo, tuve la sensación de que todo tendría solución. 
     Torpemente caminó hacia el asiento de mi izquierda y se sentó. Yo mientras la observaba con curiosidad. 
     -Ah… La juventud- dijo suspirando y mostrando otra de sus sonrisas- ¡Qué sabréis vosotros lo que es sufrir! Cuando pasen los años te darás cuenta que nada es grave excepto la muerte, hija. Hay que quitarle importancia a las cosas y disfrutar de la vida. 
     -¿Qué?- no podía creer lo que acababa de decirme- ¿Cómo pretende que disfrute de la vida si me la han quitado? ¿Si he tenido que ser yo la madre de mis padres, si siempre he estado sola y nunca han contado conmigo? ¿Cómo le dice a una persona que sea feliz si no le han enseñado lo que es la felicidad?- a medida que iba hablando aumentaba mi nivel de frustración e indignación, pero a la anciana parecía no importarle. Ella seguía con la misma expresión de tranquilidad que al principio- Oiga, usted no sabe nada ¿vale? 
     Decidí cortar ahí la conversación porque sabía que si seguía hablando sería una maleducada. Era mejor callar, siempre callar. Así la única que sentiría el dolor sería yo. ¿Para qué inmiscuir a los demás en mis problemas, en mis pensamientos tontos que sólo tenían sentido para mí? No, nadie me comprendería así que era mejor callar y aparentar que no pasaba nada. Llevé una mano a mi frente y me tapé los ojos, tratando de todas las maneras que no salieran lágrimas de ellos. 
     -¿Cómo te llamas, muchacha?- oí otra vez esa dulce voz, pero no quise mirarla. Entonces sentí su mano caliente sobre mi otra mano. 
     -Clarisa- contesté con resentimiento. Quité la mano de mi frente y la miré con los ojos húmedos. 
     -Escucha Clarisa, dentro de dos minutos llegarás a tu estación. Tienes la oportunidad de empezar una nueva vida y dejar atrás esos problemas que te atormentan ahora. Si les sigues dando importancia no se van a ir nunca, hazle caso a esta vieja. Disfruta- sus palabras sonaron muy tajantes. Tenía razón. 
     **Atención pasajeros, próxima parada Sants, Barcelona** 
     Tal y como había dicho, habíamos llegado a Barcelona. Me levanté y cogí mi equipaje. Pude observar como la anciana seguía sentada, arreglándose la falda del vestido estampado que llevaba. 
     -¿No viene?- le pregunté. 
     -¡Oh! No, no cielo. Adelántate tú- dijo amablemente. Me pareció raro, pero decidí no insistir. 
     -Está bien. Gracias por todo señora, de verdad- ella me guiñó un ojo y yo le dediqué una sonrisa. La primera desde hacía mucho tiempo. 
     Bajé del tren y miré hacia la ventana donde estábamos sentadas, pero ya no pude verla. Observé la estación a mi alrededor. Aquello era enorme, allá donde miraras, estaba todo abarrotado de gente con maletas. Unos que venían, otros que se iban, lágrimas, risas, despedidas… incluso alguien que se había extraviado en su vida, y se limitaba a mirar la de los demás desde un banco solitario, con una lágrima en la cara y dos dedos cruzados en un atisbo de encontrar a alguien que le dé sentido a lo que está viviendo. 
     Comencé a caminar mientras miles de pensamientos recorrían mi cabeza. Recordé todo lo que me dijo la anciana en el tren y sonreí. No sabía si había hecho bien al irme de mi casa, no podía hablar del futuro, pero por el momento, me veía incapaz de tolerar semejante locura por parte de las personas que supuestamente me dieron la educación que hoy tenía.
      Estaba lista para ir hacia mi nueva vida.