Eran cerca de las seis de la mañana. Asomada a la ventana
de mi habitación podía sentir el gélido aire sobre mi cara. Hacía demasiado
frío esa noche para ser principios de septiembre. Sin embargo, la rabia y la frustración
que corrían por mi cuerpo en ese instante mantenían mi cara caliente.
Retrocedí por
mi cuarto hasta la pequeña cama que había ocupado durante tantos años y me dejé
caer en el viejo colchón. Después de tanto tiempo me seguía pareciendo cómodo.
Observé mi cuarto por unos instantes: a diferencia de cómo solía encontrarse
normalmente, todo estaba recogido. Y más vacío de lo normal.
Sacudí mi cabeza y me levanté rápidamente de
la cama, no podía pararme con tonterías en ese momento. Abrí mi armario y me
dispuse a sacar mi maleta rosa de él. Luego cogí un folio del cajón de mi
escritorio y agarré un bolígrafo del lapicero de peluche que había sobre él.
Sólo escribí una palabra: adiós.
Aún no sabía
si estaba haciendo lo correcto, pero sí que estaba segura de que no podía
seguir con esa situación demasiado tiempo. Tenía los nervios a flor de piel y
una decepción que me inundaba por completo. Supongo que mi papel de adolescente
rebelde también tuvo algo que ver en mi decisión. Suspiré y salí de la que
había sido mi casa hasta entonces, sin hacer ruido. A pesar del frío que corría
por las calles desiertas, decidí ir a la estación andando.
En una hora
saldría el tren, sin embargo no podría haber más de 20 minutos hasta allí así
que caminé con calma. Aunque faltaba poco para que el sol saliera entre las
nubes que cubrían el cielo ese día, he de confesar que sentía algo de miedo
recorriendo sola aquellas calles, sin más compañía que el ruido de la enorme
maleta a mis espaldas. Al fin y al cabo de eso trataba la vida, para ser feliz
debes de trazar tu camino solo y no depender de nadie pues, tarde o temprano
siempre llega la soledad y deja un vacío inmenso a su paso. Pero eso no es lo
peor, ésta siempre viene de la mano de la tristeza y entre las dos empujan a la
felicidad hasta un sitio que no conoces. Sin embargo, si aprendes a depender solamente
de ti verás la compañía que los demás ofrecen como un regalo, y no como una
necesidad.
Llegué quince
minutos antes de la salida del tren a la estación. Me dirigí a taquilla y con
las manos entumecidas dejé la maleta y saqué mi monedero del bolso.
- Un billete para el próximo tren con
destino a Barcelona, por favor – y haciendo caso omiso de la escrutadora mirada
de aquel viejo hombre añadí - Sólo de
ida.
Entregué mi
tarjeta de crédito al señor y éste me dio el billete tras comprobar que mi cara
coincidía con la foto de mi DNI. Muy probablemente, la cara que sacaba en el
carnet sería mucho mejor que la que debía tener en ese instante, y eso ya es
decir.
Cinco minutos
más tarde ya estaba sentada en el fondo del tren, con mis cascos puestos y la
música a tope. Eso era lo único que podía relajarme entonces. A esas horas, no
podía haber más de diez personas montadas conmigo. Pude ver como dejábamos atrás
mi pueblo y el paisaje se iba tornando de verde. El sol ya estaba fuera y yo me
dispuse a dormir un poco, pero había un recuerdo que no me dejaba descansar.
Una y otra vez vagaba por mi mente y no había forma de pararlo:
“Estaba en el
salón de mi casa, con mis padres. Ellos intentaban hacerme comprender que ya no
querían seguir juntos, pero no se percataban del daño que podían hacer
simplemente por no ser capaces de pensar más que en sus caprichos. Al darme
cuenta de que no tenía nada que hacer, me puse a llorar incontroladamente.
-Esto es demasiado para mí. ¡Me voy!- grité mientras salía de la casa. No podía pensar. Solo correr. Correr a no sabía dónde, pero huir de toda aquella locura. Sólo quería que la tierra acabara por tragarme, porque todo se estaba derrumbando a mis pies.
Y era yo la única que parecía darse cuenta.”
-Esto es demasiado para mí. ¡Me voy!- grité mientras salía de la casa. No podía pensar. Solo correr. Correr a no sabía dónde, pero huir de toda aquella locura. Sólo quería que la tierra acabara por tragarme, porque todo se estaba derrumbando a mis pies.
Y era yo la única que parecía darse cuenta.”