Estadísticas

miércoles, 24 de abril de 2013

Capítulo 1. Adiós.



     Eran cerca de las seis de la mañana. Asomada a la ventana de mi habitación podía sentir el gélido aire sobre mi cara. Hacía demasiado frío esa noche para ser principios de septiembre. Sin embargo, la rabia y la frustración que corrían por mi cuerpo en ese instante mantenían mi cara caliente.
     Retrocedí por mi cuarto hasta la pequeña cama que había ocupado durante tantos años y me dejé caer en el viejo colchón. Después de tanto tiempo me seguía pareciendo cómodo. Observé mi cuarto por unos instantes: a diferencia de cómo solía encontrarse normalmente, todo estaba recogido. Y más vacío de lo normal.
     Sacudí mi cabeza y me levanté rápidamente de la cama, no podía pararme con tonterías en ese momento. Abrí mi armario y me dispuse a sacar mi maleta rosa de él. Luego cogí un folio del cajón de mi escritorio y agarré un bolígrafo del lapicero de peluche que había sobre él. Sólo escribí una palabra: adiós.
     Aún no sabía si estaba haciendo lo correcto, pero sí que estaba segura de que no podía seguir con esa situación demasiado tiempo. Tenía los nervios a flor de piel y una decepción que me inundaba por completo. Supongo que mi papel de adolescente rebelde también tuvo algo que ver en mi decisión. Suspiré y salí de la que había sido mi casa hasta entonces, sin hacer ruido. A pesar del frío que corría por las calles desiertas, decidí ir a la estación andando.
     En una hora saldría el tren, sin embargo no podría haber más de 20 minutos hasta allí así que caminé con calma. Aunque faltaba poco para que el sol saliera entre las nubes que cubrían el cielo ese día, he de confesar que sentía algo de miedo recorriendo sola aquellas calles, sin más compañía que el ruido de la enorme maleta a mis espaldas. Al fin y al cabo de eso trataba la vida, para ser feliz debes de trazar tu camino solo y no depender de nadie pues, tarde o temprano siempre llega la soledad y deja un vacío inmenso a su paso. Pero eso no es lo peor, ésta siempre viene de la mano de la tristeza y entre las dos empujan a la felicidad hasta un sitio que no conoces. Sin embargo, si aprendes a depender solamente de ti verás la compañía que los demás ofrecen como un regalo, y no como una necesidad.
     Llegué quince minutos antes de la salida del tren a la estación. Me dirigí a taquilla y con las manos entumecidas dejé la maleta y saqué mi monedero del bolso.
      - Un billete para el próximo tren con destino a Barcelona, por favor – y haciendo caso omiso de la escrutadora mirada de aquel viejo hombre añadí -  Sólo de ida.
     Entregué mi tarjeta de crédito al señor y éste me dio el billete tras comprobar que mi cara coincidía con la foto de mi DNI. Muy probablemente, la cara que sacaba en el carnet sería mucho mejor que la que debía tener en ese instante, y eso ya es decir.
     Cinco minutos más tarde ya estaba sentada en el fondo del tren, con mis cascos puestos y la música a tope. Eso era lo único que podía relajarme entonces. A esas horas, no podía haber más de diez personas montadas conmigo. Pude ver como dejábamos atrás mi pueblo y el paisaje se iba tornando de verde. El sol ya estaba fuera y yo me dispuse a dormir un poco, pero había un recuerdo que no me dejaba descansar. Una y otra vez vagaba por mi mente y no había forma de pararlo:
    
     “Estaba en el salón de mi casa, con mis padres. Ellos intentaban hacerme comprender que ya no querían seguir juntos, pero no se percataban del daño que podían hacer simplemente por no ser capaces de pensar más que en sus caprichos. Al darme cuenta de que no tenía nada que hacer, me puse a llorar incontroladamente.
     -Esto es demasiado para mí. ¡Me voy!- grité mientras salía de la casa. No podía pensar. Solo correr. Correr a no sabía dónde, pero huir de toda aquella locura. Sólo quería que la tierra acabara por tragarme, porque todo se estaba derrumbando a mis pies. 
Y era yo la única que parecía darse cuenta.”