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martes, 18 de junio de 2013

Capítulo 3. Un encuentro no deseado.



    Me dirigí a la cafetería de la estación que, al igual que el exterior, estaba a reventar. Como no había mesas libres fui hasta la barra y me colé en un hueco que había entre dos grupos de extranjeros. 

     -¡Un café con leche, por favor!- Exclamé levantándole la mano al camarero. No hubo respuesta. Con tanta gente y lo pequeña que era yo, se me iba a hacer difícil llamar la atención.

     -¡Eh, camarero!- Alguien se echó sobre mi espalda y me empujó sobre la barra. El camarero giró la vista hacia nosotros y se acercó. 

     -¿Si?- Preguntó alzando una ceja y mirándonos a ambos con superioridad.

     -Un café con leche para la señorita y un cola cao para el menda. – Pidió con un tono jovial. El camarero asintió y se retiró a preparar el pedido. Yo me quedé mirando fijamente a aquel muchacho que se había tirado sobre mi espalda. El también me miró. -¡Oh! Se me olvidaba. Lo siento por echarme así sobre ti, tal vez haya sido un poco bruto. –De inmediato se llevó una mano a la cabeza y puso expresión de disculpa. 

     Le dediqué una sonrisa haciéndole ver que estaba perdonado. En el fondo aquel personaje de ropa descuidada y comportamiento alegre me había caído bien y había hecho que me riera. 

     -Tienes una sonrisa muy bonita, chica. –Dijo mirándome feliz.

     -Gracias –Contesté mientras cogía el café que acababa de dejar el camarero en la barra. Notaba que estaba empezando a sonrojarme. -¿Cómo te llamas? –Pregunté mientras me aclaraba la garganta.

     -Adrián. –Respondió mientras daba un sorbo a su cola cao.

     -Bien Adrián, yo soy Clarisa. ¿No sabrás por casualidad dónde puedo comprar una guía de la ciudad verdad? -Intenté hacer un cambio de conversación.

     -¡Claro! Si quieres te llevo, la tienda no está demasiado lejos de donde yo voy, así que no hay problema. Además tampoco tengo prisa. –dijo mientras echaba una ojeada a la hora de su móvil.

     -Perfecto, vamos allá. –Saqué dos euros del bolso y los dejé en la barra. Vi que Adrián todavía no se había acabado su pedido y cómo se disponía a bebérselo rápidamente. –Tranquilo, acábatelo a tu ritmo. Mientras yo voy al servicio. Dame un par de minutos.


     Al entrar en los baños me apoyé en el lavabo y me miré con tristeza al espejo. Tenía la cara demacrada y mi peinado parecía haberse esfumado en algún momento del viaje. Cuando Adrián sacó el móvil para mirar la hora me había recordado que llevaba sin mirar el mío desde que salí del tren, y debía tener mil llamadas de mis padres. No quise atrasar el momento y lo saqué del bolsillo. Esperé un par de minutos a que se encendiera.


      No había ni una llamada, ni un SMS. Nada. Dejé caer mi mano con el móvil en la encimera del lavabo y volví mi mirada al sucio espejo. Sentía algo raro por dentro. ¿Decepción? Tal vez. No es muy agradable ver cómo tus padres no se preocupan por ti después de haber desaparecido. Al fin y al cabo es ver cómo tu misma sangre te da la espalda. Aunque, ¿acaso no era eso lo que habían hecho toda la vida? A lo mejor les había quitado un peso de encima o, simplemente, ya se lo esperaban.

     -Bah. ¿Qué más da? No os necesito, por eso me he ido. –Me dije a mí misma mirándome.

     De repente unos golpes sonaron en la puerta. Era Adrián, preocupado porque tardaba demasiado. Lo tranquilicé diciendo que ya salía y me eché un poco de agua fría en la cara. Después me dirigí a la puerta y tiré del viejo pomo para abrirla. Nos pusimos en marcha inmediatamente hacia la tienda.

     -Bueno Clarisa, cuéntame un poco de ti. ¿De dónde vienes? –Dijo Adrián rompiendo el silencio, cosa que maldije, pues no tenía ganas de dar detalles de mi vida a nadie.

     -Del infierno. –Contesté con una risa sarcástica. Como imaginaba, tuve que seguir al ver su expresión. –De un sitio donde nunca he sido querida y al que no pienso volver, Adrián. De mi casa. –Suspiré y cambié de tema, rogando para que no volviera a sacar esa conversación. -¿Falta mucho para llegar?

     -No, ahí está. –Dijo señalando un pequeño escaparate en medio de una calle de grandes tiendas. Esta vez la expresión de felicidad de su rostro se había esfumado. Y quise entender que fue por mi culpa.

     Llegamos a la puerta y él se paró. Bajó la mirada un momento mirando al bordillo de la acera. Parecía estar buscando y eligiendo con gran cuidado las palabras exactas que iba a decir en ese momento.

     -Me alegro mucho de haberte conocido, chico. –Quise hacer menos incómodo ese momento. –Espero que nos veamos más por aquí, ¿vale? Llámame. –Dije mientras apuntaba mi número en un post-it y se lo pegaba en la chaqueta. 

     -Claro, yo también me alegro de haberte conocido. –Me dedicó una sonrisa. –Que tengas suerte, Clarisa.

     Me dio un beso en la mejilla y se fue dando media vuelta, por donde habíamos llegado. Yo también me di la vuelta y entré en la pequeña tienda. Un señor mayor se encontraba dentro, detrás de un mostrador viejo, leyendo un periódico. Me miró por encima de unas gafas de media luna y sin hacer ningún comentario volvió los ojos a su lectura.

     Al instante, un hombre más joven salió de una habitación que había detrás del mostrador y me preguntó qué deseaba. Fue a buscar mi guía entre las pocas estanterías que había y al volver pude ver cómo le quitaba una gran cantidad de polvo de encima al libro. Un poco contrariada, maldije a Adrián por haberme traído a un establecimiento tan cutre, pero el bajo precio de la guía calmó un poco mis pensamientos.   

      Salí de la tienda y me dispuse a mirar en el libro los hostales más baratos. Me decidí por uno que había cerca de donde me encontraba y fui hasta allí, no sin antes perderme por unos cuantos callejones, donde tuve que preguntar para que me indicaran el camino a seguir.

     Al llegar pude ver que era muchísimo más viejo de lo que me había imaginado y estaba en muy mal estado. Sin embargo, no podía malgastar el dinero en algo más caro.

     Me acerqué a recepción y me atendió un muchacho muy delgado, con ropa de baloncesto y el pelo lleno de rastas. Estaba fumando un cigarrillo de liar y por el olor, podría asegurar que tenía algo más que simple tabaco.

     -Buenos días, quisiera saber si tienen disponibles habitaciones individuales. Por favor. –Dije sin acercarme mucho al muchacho, pues su aliento apestaba.

     -¡Habitación de uno marchando! –Exclamó como si estuviera en la cocina de un restaurante. Cogió una llave de su casillero y me dio un papel para firmar. –Son 15 euros la noche señorita.

     -Muy bien. –Firmé, cogí la llave y pagué una semana. Esperaba estabilizar mi vida en ese tiempo, para no tener que pasar muchos días más allí.

     Me dirigí a las escaleras y las subí. Pude percatarme de todas las pelusas que corrían a mi paso por el pasillo de la segunda planta. Cada vez estaba más asqueada. Llegué a mi habitación y abrí la puerta. Inmediatamente un olor a rancio inundó mis pulmones. Se notaba que la habitación llevaba bastante tiempo cerrada. Dejé la maleta al lado del armario y al ver la habitación me deprimí aún más. Una colcha vieja cubría la cama, una ventana que daba a un callejón sin salida y un escritorio que amenazaba con derrumbarse si ponías algo que pesara más de un kilo encima. Abrí la ventana para que se aireara el interior.

     Sin querer seguir viendo detalles de la habitación, quise salir a la calle para ver un poco la zona en la que estaba. Cuando estaba cerrando la puerta alguien me habló por la espalda.

     -¡Hola! Tú serás mi nueva vecina de habitación ¿verdad? -Me di la vuelta lentamente. Esa voz... No podía ser él, no podía dar la maldita casualidad de que estuviera en esa misma ciudad, en el mismo edificio…

     Cuando me di la vuelta, él abrió tanto los ojos que me sacó de dudas. Obviamente él si que me había reconocido.

     -Clarisa... No imaginaba... –Empezó a tartamudear.
 
     Salí corriendo hacia la calle. ¿Por qué tenía tan mala suerte? No paré de correr hasta llegar a un parque que tenía un estanque. Me dirigí hacia allí. Necesitaba calmarme, pensar bien lo que debía de hacer antes de volver a verle la cara a ese sinvergüenza. Pasé en el césped la hora de comer, con los patos. Cada vez tenía más ganas de llorar. Alguien se sentó a mi lado.

     -¡Tú! –Era el recepcionista.

     -El mismo- me sonrió.

     -¿Pero qué haces tú aquí? –Dije con cara de asombro.

     -Estaba comiendo en el bar de mi tío ahí detrás y te vi correr hacia aquí. Estaba preocupado.

     -Ah, ya. No te preocupes estoy bien. Sólo necesitaba despejarme un poco. –Ese tío me ponía muy nerviosa. -Oye te voy a ir dejando, ¿eh? Todavía tengo que deshacer las maletas- le dije como excusa para alejarme de él.

     -¡Vaya! Y eso que llegaste esta mañana. –Dijo sorprendido.
 
     -Si... bueno, es que no van muy bien las cosas por mi habitación... Luego hablamos ¿vale?- mientras me levantaba cogió mi brazo.
 
     -Eh… sabes que si tienes algún problema, aquí estoy ¿no? –Me miró fijamente.
 
     -Sí, claro. Gracias- contesté con una sonrisa cordial.
 
     Regresé al hostal y fui a mi habitación. Al entrar me llevé una gran sorpresa. Él ya estaba dentro, sentado en la cama. Suspiré. Algún día tendría que enfrentarle.
 
     -¡Clarisa!- se levantó de un salto- Oye… tenemos que hablar. -Se quedó mirando mi reacción pero no dije nada, me dispuse a deshacer mi maleta. -Quiero pedirte perdón por lo que pasó. Sé que no es excusa pero era sólo un niño. Te busqué por todas partes Clarisa, quería decirte que de verdad te amaba, que todo fue un error, pero nunca te encontré. Llevo 6 años, cada día arrepintiéndome más de lo estúpido que fui. –Hablaba muy rápido, se notaba que estaba muy nervioso. Sin embargo yo no lo miraba, seguía ordenando mi ropa.
 
     Varias lágrimas tontas empezaron a salir de mis ojos, ¿por qué lloraba? ¿Es que después de 6 años todavía no había podido olvidarle? Él no se merecía verme así.

     Yo estaba de espaldas, pero él sabía que estaba llorando. Se acercó a mí lentamente. Mientras tanto, yo era incapaz de reaccionar. Era como si hubiera desconectado y estuviera en un mundo donde nada de aquello pasó, donde no existía el dolor. Donde todavía se podía ser feliz.

     Apretaba con fuerza mi camisa preferida, que más tarde me tocaría plancharla de nuevo. Jack cogió mi mano. Dejé que la camisa se deslizara sobre mis dedos y me di la vuelta. Vaya... estaba más cerca de lo que yo pensaba. Subí la mirada hacia sus ojos. Los pude ver brillantes. Esos ojos que un día fueron la razón de mi vida y que pensaba que nunca más vería, estaban ahí, frente a mí. Y yo no sabía qué hacer.

     -Lo siento, lo último que quería era hacerte sufrir- dijo mientras subía la mano libre hacia mi cara.

     Me tocó la mejilla. Tenía la piel muy caliente; tan caliente que me quemaba. Ardía como si me consumiese un fuego que resistía en apagarse. Entonces, otra lágrima cayó de mis ojos. ¿Podía ser verdad? ¿Realmente estaba arrepentido? Mi cabeza estaba llena de dudas, pero no era capaz de alejarme de su cuerpo. No entendía nada, era como si ya no tuviese en control sobre mí misma.

     Secó mi lágrima con su pulgar. Me miraba a los ojos, parecía verdaderamente arrepentido. Pero, ¿cómo saber si decía la verdad? Todo mi pasado se había encargado de pisotear mi confianza hasta dejarla hecha añicos en el suelo. Y no podía. Yo no tenía una varita mágica que arreglara aquel desastre, que la recompusiera e hiciera como si nada hubiese pasado. Porque aunque todo hubiese acabado, los recuerdos siguen ahí y te invaden cuando menos te lo esperas tu mente sin dejarte pensar en nada más. Por mucho que me jodiera a mí misma, era así.

     -¿Por qué tuviste que hacer aquello?- mi voz salió más temblorosa de lo que hubiera querido. Al notarlo me apretó con más fuerza la mano. Pero algo cambió, me soltó y dejó de tocarme la mejilla. Fue hacia el otro lado de la habitación, y apoyó sus manos en el escritorio. Bajo la cabeza con frustración.

     -Esa misma pregunta, es la que llevo haciéndome 6 años. ¿Por qué lo hice? ¿Por qué la cagué? ¿Por qué tuve que perder lo más maravilloso que había tenido en la vida? ¿Por qué?

     Cayó al suelo de rodillas. Casi no podía hablar, su voz temblaba. Supe que de verdad estaba arrepentido. Me acerqué a él, pero se levantó. Sin mirarme gritó perdón de nuevo y se fue pegando un portazo. Me quedé allí, de pie y temblando, sin saber que hacer.

     Ahora lo veía todo claro, no era yo la única que había estado sufriendo todo este tiempo. Él también. Más incluso que yo. Tenía que encontrarle, no podía dejarlo así.

     Me sequé otras lágrimas que se habían vuelto a escapar de mis ojos y cogí mi chaqueta, dispuesta a buscarle por todos lados. Pero no lo encontré. Regresé al hostal a las doce de la noche y le pregunté al recepcionista si lo había visto.

     -¿Jack? Sí, o al menos eso creo. Es un chico muy cerrado, ¿sabes? Casi nunca habla con nadie, siempre tiene cara de amargado. Es como si hubiera tenido un pasado muy turbio. Quizá con sus padres, muchos chicos que de pequeños... ¡eh! -Salí corriendo. Tenía que encontrarle. 
     
     Llamé muchas veces a su habitación pero no había respuesta. Necesitaba que supiera que le había perdonado. Que había comprendido que cuando pasó todo aquello...
   
     Sólo era un niño.

sábado, 4 de mayo de 2013

Capítulo 2. Cambio.



     “Estaba cansada, me dolía todo. Pero no podía dejar de correr. Llegué a mi casa, subí a mi cuarto y me metí en la cama. Era muy tarde y yo había entrado dando portazos, pero no me importó.
     Al rato vinieron mis padres, quisieron hablar conmigo. Pero yo no quería saber nada de nadie. Lo único que quería era ahogarme en mis propias lágrimas. Debajo de aquellas sábanas de peluche tan suaves que me habían regalado por mi último cumpleaños, lejos de tener calor sólo sentía escalofríos. 
     Los golpes que daban en la puerta resonaban dentro de mi cabeza profundamente. Parecían hallarse muy lejos y sin embargo hacían que mi mente retumbara a su compás. Cada sonido era una palabra de las que habían pronunciado cruelmente hacía tan sólo horas. Y cada palabra me cortaba el alma como un cuchillo afilado. 
     -Marchaos…- susurré. 
     La voz apenas me salía del cuerpo, pero mi rabia aumentaba con cada llamada suya. Y yo no podía dejar de llorar, podía sentir cómo de un momento a otro explotaría. 
     -¡Dejadme!” 
     Abrí los ojos de repente. Sobresaltada miré a mi alrededor, estaba rodeada por las pocas personas que se encontraban en el mismo vagón que yo. Una mujer mayor me miraba con cara de preocupación y me agarraba fuertemente el hombro. Al darse cuenta que me hacía daño quitó la mano inmediatamente y poco a poco todos volvieron a sus asientos. Ella siguió a mi lado, jugando nerviosamente con el lazo del vestido de flores que llevaba. Era una mujer extravagante, con demasiados colores vivos en la ropa para la edad que debía tener y en comparación con las demás mujeres mayores. 
     -Me encuentro bien, señora. Sólo ha sido un mal sueño, gracias por preocuparse- intenté tranquilizarla, aunque era ella la que me estaba poniendo nerviosa a mí. 
     -Nadie grita así solamente por un mal sueño, muchacha. ¿Qué sucede?- sus ojos expectantes se clavaron sobre los míos. 
     Comprendí que no había nada que hacer con aquella anciana y tampoco tenía ánimo de luchar contra su curiosidad, así que me dejé caer sobre el espaldar del asiento y me limité a contestar: 
     -La pregunta debería ser más bien: ¿qué es lo que no me pasa? 
     La mujer cambió la expresión de preocupación por una de sosiego y  mostró una suave sonrisa, que hizo que su rostro pareciera más dulce y amable. En ese momento sentí tranquilidad hablando con ella y por un segundo, tuve la sensación de que todo tendría solución. 
     Torpemente caminó hacia el asiento de mi izquierda y se sentó. Yo mientras la observaba con curiosidad. 
     -Ah… La juventud- dijo suspirando y mostrando otra de sus sonrisas- ¡Qué sabréis vosotros lo que es sufrir! Cuando pasen los años te darás cuenta que nada es grave excepto la muerte, hija. Hay que quitarle importancia a las cosas y disfrutar de la vida. 
     -¿Qué?- no podía creer lo que acababa de decirme- ¿Cómo pretende que disfrute de la vida si me la han quitado? ¿Si he tenido que ser yo la madre de mis padres, si siempre he estado sola y nunca han contado conmigo? ¿Cómo le dice a una persona que sea feliz si no le han enseñado lo que es la felicidad?- a medida que iba hablando aumentaba mi nivel de frustración e indignación, pero a la anciana parecía no importarle. Ella seguía con la misma expresión de tranquilidad que al principio- Oiga, usted no sabe nada ¿vale? 
     Decidí cortar ahí la conversación porque sabía que si seguía hablando sería una maleducada. Era mejor callar, siempre callar. Así la única que sentiría el dolor sería yo. ¿Para qué inmiscuir a los demás en mis problemas, en mis pensamientos tontos que sólo tenían sentido para mí? No, nadie me comprendería así que era mejor callar y aparentar que no pasaba nada. Llevé una mano a mi frente y me tapé los ojos, tratando de todas las maneras que no salieran lágrimas de ellos. 
     -¿Cómo te llamas, muchacha?- oí otra vez esa dulce voz, pero no quise mirarla. Entonces sentí su mano caliente sobre mi otra mano. 
     -Clarisa- contesté con resentimiento. Quité la mano de mi frente y la miré con los ojos húmedos. 
     -Escucha Clarisa, dentro de dos minutos llegarás a tu estación. Tienes la oportunidad de empezar una nueva vida y dejar atrás esos problemas que te atormentan ahora. Si les sigues dando importancia no se van a ir nunca, hazle caso a esta vieja. Disfruta- sus palabras sonaron muy tajantes. Tenía razón. 
     **Atención pasajeros, próxima parada Sants, Barcelona** 
     Tal y como había dicho, habíamos llegado a Barcelona. Me levanté y cogí mi equipaje. Pude observar como la anciana seguía sentada, arreglándose la falda del vestido estampado que llevaba. 
     -¿No viene?- le pregunté. 
     -¡Oh! No, no cielo. Adelántate tú- dijo amablemente. Me pareció raro, pero decidí no insistir. 
     -Está bien. Gracias por todo señora, de verdad- ella me guiñó un ojo y yo le dediqué una sonrisa. La primera desde hacía mucho tiempo. 
     Bajé del tren y miré hacia la ventana donde estábamos sentadas, pero ya no pude verla. Observé la estación a mi alrededor. Aquello era enorme, allá donde miraras, estaba todo abarrotado de gente con maletas. Unos que venían, otros que se iban, lágrimas, risas, despedidas… incluso alguien que se había extraviado en su vida, y se limitaba a mirar la de los demás desde un banco solitario, con una lágrima en la cara y dos dedos cruzados en un atisbo de encontrar a alguien que le dé sentido a lo que está viviendo. 
     Comencé a caminar mientras miles de pensamientos recorrían mi cabeza. Recordé todo lo que me dijo la anciana en el tren y sonreí. No sabía si había hecho bien al irme de mi casa, no podía hablar del futuro, pero por el momento, me veía incapaz de tolerar semejante locura por parte de las personas que supuestamente me dieron la educación que hoy tenía.
      Estaba lista para ir hacia mi nueva vida.



miércoles, 24 de abril de 2013

Capítulo 1. Adiós.



     Eran cerca de las seis de la mañana. Asomada a la ventana de mi habitación podía sentir el gélido aire sobre mi cara. Hacía demasiado frío esa noche para ser principios de septiembre. Sin embargo, la rabia y la frustración que corrían por mi cuerpo en ese instante mantenían mi cara caliente.
     Retrocedí por mi cuarto hasta la pequeña cama que había ocupado durante tantos años y me dejé caer en el viejo colchón. Después de tanto tiempo me seguía pareciendo cómodo. Observé mi cuarto por unos instantes: a diferencia de cómo solía encontrarse normalmente, todo estaba recogido. Y más vacío de lo normal.
     Sacudí mi cabeza y me levanté rápidamente de la cama, no podía pararme con tonterías en ese momento. Abrí mi armario y me dispuse a sacar mi maleta rosa de él. Luego cogí un folio del cajón de mi escritorio y agarré un bolígrafo del lapicero de peluche que había sobre él. Sólo escribí una palabra: adiós.
     Aún no sabía si estaba haciendo lo correcto, pero sí que estaba segura de que no podía seguir con esa situación demasiado tiempo. Tenía los nervios a flor de piel y una decepción que me inundaba por completo. Supongo que mi papel de adolescente rebelde también tuvo algo que ver en mi decisión. Suspiré y salí de la que había sido mi casa hasta entonces, sin hacer ruido. A pesar del frío que corría por las calles desiertas, decidí ir a la estación andando.
     En una hora saldría el tren, sin embargo no podría haber más de 20 minutos hasta allí así que caminé con calma. Aunque faltaba poco para que el sol saliera entre las nubes que cubrían el cielo ese día, he de confesar que sentía algo de miedo recorriendo sola aquellas calles, sin más compañía que el ruido de la enorme maleta a mis espaldas. Al fin y al cabo de eso trataba la vida, para ser feliz debes de trazar tu camino solo y no depender de nadie pues, tarde o temprano siempre llega la soledad y deja un vacío inmenso a su paso. Pero eso no es lo peor, ésta siempre viene de la mano de la tristeza y entre las dos empujan a la felicidad hasta un sitio que no conoces. Sin embargo, si aprendes a depender solamente de ti verás la compañía que los demás ofrecen como un regalo, y no como una necesidad.
     Llegué quince minutos antes de la salida del tren a la estación. Me dirigí a taquilla y con las manos entumecidas dejé la maleta y saqué mi monedero del bolso.
      - Un billete para el próximo tren con destino a Barcelona, por favor – y haciendo caso omiso de la escrutadora mirada de aquel viejo hombre añadí -  Sólo de ida.
     Entregué mi tarjeta de crédito al señor y éste me dio el billete tras comprobar que mi cara coincidía con la foto de mi DNI. Muy probablemente, la cara que sacaba en el carnet sería mucho mejor que la que debía tener en ese instante, y eso ya es decir.
     Cinco minutos más tarde ya estaba sentada en el fondo del tren, con mis cascos puestos y la música a tope. Eso era lo único que podía relajarme entonces. A esas horas, no podía haber más de diez personas montadas conmigo. Pude ver como dejábamos atrás mi pueblo y el paisaje se iba tornando de verde. El sol ya estaba fuera y yo me dispuse a dormir un poco, pero había un recuerdo que no me dejaba descansar. Una y otra vez vagaba por mi mente y no había forma de pararlo:
    
     “Estaba en el salón de mi casa, con mis padres. Ellos intentaban hacerme comprender que ya no querían seguir juntos, pero no se percataban del daño que podían hacer simplemente por no ser capaces de pensar más que en sus caprichos. Al darme cuenta de que no tenía nada que hacer, me puse a llorar incontroladamente.
     -Esto es demasiado para mí. ¡Me voy!- grité mientras salía de la casa. No podía pensar. Solo correr. Correr a no sabía dónde, pero huir de toda aquella locura. Sólo quería que la tierra acabara por tragarme, porque todo se estaba derrumbando a mis pies. 
Y era yo la única que parecía darse cuenta.”