Me dirigí a la cafetería de la estación
que, al igual que el exterior, estaba a reventar. Como no había mesas libres
fui hasta la barra y me colé en un hueco que había entre dos grupos de
extranjeros.
-¡Un café con leche, por favor!- Exclamé
levantándole la mano al camarero. No hubo respuesta. Con tanta gente y lo pequeña
que era yo, se me iba a hacer difícil llamar la atención.
-¡Eh, camarero!- Alguien se echó sobre mi
espalda y me empujó sobre la barra. El camarero giró la vista hacia nosotros y
se acercó.
-¿Si?- Preguntó alzando una ceja y mirándonos
a ambos con superioridad.
-Un café con leche para la señorita y un cola cao para el menda. – Pidió con un tono jovial. El camarero asintió y se retiró a preparar el pedido. Yo me quedé mirando fijamente a aquel muchacho que se había tirado sobre mi espalda. El también me miró. -¡Oh! Se me olvidaba. Lo siento por echarme así sobre ti, tal vez haya sido un poco bruto. –De inmediato se llevó una mano a la cabeza y puso expresión de disculpa.
Le dediqué una sonrisa haciéndole ver que estaba perdonado. En el fondo aquel personaje de ropa descuidada y comportamiento alegre me había caído bien y había hecho que me riera.
-Tienes una sonrisa muy bonita, chica. –Dijo mirándome feliz.
-Gracias –Contesté mientras cogía el café
que acababa de dejar el camarero en la barra. Notaba que estaba empezando a sonrojarme.
-¿Cómo te llamas? –Pregunté mientras me aclaraba la garganta.
-Adrián. –Respondió mientras daba un sorbo
a su cola cao.
-Bien Adrián, yo soy Clarisa. ¿No sabrás
por casualidad dónde puedo comprar una guía de la ciudad verdad? -Intenté hacer un cambio de conversación.
-¡Claro! Si quieres te llevo, la tienda no
está demasiado lejos de donde yo voy, así que no hay problema. Además tampoco
tengo prisa. –dijo mientras echaba una ojeada a la hora de su móvil.
-Perfecto, vamos allá. –Saqué dos euros
del bolso y los dejé en la barra. Vi que Adrián todavía no se había acabado su
pedido y cómo se disponía a bebérselo rápidamente. –Tranquilo, acábatelo a tu
ritmo. Mientras yo voy al servicio. Dame un par de minutos.
Al entrar en los baños me apoyé en el
lavabo y me miré con tristeza al espejo. Tenía la cara demacrada y mi peinado
parecía haberse esfumado en algún momento del viaje. Cuando Adrián sacó el
móvil para mirar la hora me había recordado que llevaba sin mirar el mío desde que
salí del tren, y debía tener mil llamadas de mis padres. No quise atrasar el
momento y lo saqué del bolsillo. Esperé un par de minutos a que se encendiera.
No había ni una llamada, ni un SMS. Nada.
Dejé caer mi mano con el móvil en la encimera del lavabo y volví mi mirada al
sucio espejo. Sentía algo raro por dentro. ¿Decepción? Tal vez. No es muy
agradable ver cómo tus padres no se preocupan por ti después de haber
desaparecido. Al fin y al cabo es ver cómo tu misma sangre te da la espalda.
Aunque, ¿acaso no era eso lo que habían hecho toda la vida? A lo mejor les
había quitado un peso de encima o, simplemente, ya se lo esperaban.
-Bah. ¿Qué más da? No os necesito, por eso
me he ido. –Me dije a mí misma mirándome.
De repente unos golpes sonaron en la puerta.
Era Adrián, preocupado porque tardaba demasiado. Lo tranquilicé diciendo que ya
salía y me eché un poco de agua fría en la cara. Después me dirigí a la puerta
y tiré del viejo pomo para abrirla. Nos pusimos en marcha inmediatamente hacia
la tienda.
-Bueno Clarisa, cuéntame un poco de ti. ¿De
dónde vienes? –Dijo Adrián rompiendo el silencio, cosa que maldije, pues no
tenía ganas de dar detalles de mi vida a nadie.
-Del infierno. –Contesté con una risa
sarcástica. Como imaginaba, tuve que seguir al ver su expresión. –De un sitio
donde nunca he sido querida y al que no pienso volver, Adrián. De mi casa. –Suspiré
y cambié de tema, rogando para que no volviera a sacar esa conversación. -¿Falta
mucho para llegar?
-No, ahí está. –Dijo señalando un pequeño
escaparate en medio de una calle de grandes tiendas. Esta vez la expresión de
felicidad de su rostro se había esfumado. Y quise entender que fue por mi
culpa.
Llegamos a la puerta y él se paró. Bajó la
mirada un momento mirando al bordillo de la acera. Parecía estar buscando y
eligiendo con gran cuidado las palabras exactas que iba a decir en ese momento.
-Me alegro mucho de haberte conocido,
chico. –Quise hacer menos incómodo ese momento. –Espero que nos veamos más por
aquí, ¿vale? Llámame. –Dije mientras apuntaba mi número en un post-it y se lo
pegaba en la chaqueta.
-Claro, yo también me alegro de haberte conocido. –Me dedicó una sonrisa. –Que tengas suerte, Clarisa.
Me dio un beso en la mejilla y se fue dando media vuelta, por donde habíamos llegado. Yo también me di la vuelta y entré en la pequeña tienda. Un señor mayor se encontraba dentro, detrás de un mostrador viejo, leyendo un periódico. Me miró por encima de unas gafas de media luna y sin hacer ningún comentario volvió los ojos a su lectura.
Al instante, un hombre más joven salió de una habitación que había detrás del mostrador y me preguntó qué deseaba. Fue a buscar mi guía entre las pocas estanterías que había y al volver pude ver cómo le quitaba una gran cantidad de polvo de encima al libro. Un poco contrariada, maldije a Adrián por haberme traído a un establecimiento tan cutre, pero el bajo precio de la guía calmó un poco mis pensamientos.
Salí de la tienda y me dispuse a mirar en el libro los hostales más baratos. Me decidí por uno que había cerca de donde me encontraba y fui hasta allí, no sin antes perderme por unos cuantos callejones, donde tuve que preguntar para que me indicaran el camino a seguir.
Al llegar pude ver que era muchísimo más
viejo de lo que me había imaginado y estaba en muy mal estado. Sin embargo, no
podía malgastar el dinero en algo más caro.
Me acerqué a recepción y me atendió un
muchacho muy delgado, con ropa de baloncesto y el pelo lleno de rastas. Estaba
fumando un cigarrillo de liar y por el olor, podría asegurar que tenía algo más
que simple tabaco.
-Buenos días, quisiera saber si tienen
disponibles habitaciones individuales. Por favor. –Dije sin acercarme mucho al
muchacho, pues su aliento apestaba.
-¡Habitación de uno marchando! –Exclamó como
si estuviera en la cocina de un restaurante. Cogió una llave de su casillero y
me dio un papel para firmar. –Son 15 euros la noche señorita.
-Muy bien. –Firmé, cogí la llave y pagué
una semana. Esperaba estabilizar mi vida en ese tiempo, para no tener que pasar
muchos días más allí.
Me dirigí a las escaleras y las subí. Pude
percatarme de todas las pelusas que corrían a mi paso por el pasillo de la
segunda planta. Cada vez estaba más asqueada. Llegué a mi habitación y abrí la
puerta. Inmediatamente un olor a rancio inundó mis pulmones. Se notaba que la
habitación llevaba bastante tiempo cerrada. Dejé la maleta al lado del armario
y al ver la habitación me deprimí aún más. Una colcha vieja cubría la cama, una
ventana que daba a un callejón sin salida y un escritorio que amenazaba con
derrumbarse si ponías algo que pesara más de un kilo encima. Abrí la ventana para que se aireara el interior.
Sin querer seguir viendo detalles de la
habitación, quise salir a la calle para ver un poco la zona en la que estaba.
Cuando estaba cerrando la puerta alguien me habló por la espalda.
-¡Hola! Tú serás
mi nueva vecina de habitación ¿verdad? -Me di la vuelta lentamente. Esa voz... No
podía ser él, no podía dar la maldita casualidad de que estuviera en esa misma
ciudad, en el mismo edificio…
Cuando me di la vuelta, él abrió tanto los ojos que me sacó de dudas. Obviamente él si que me había reconocido.
-Clarisa... No imaginaba... –Empezó a tartamudear.
Salí corriendo hacia la calle. ¿Por qué tenía tan mala suerte? No paré de correr hasta llegar a un parque que tenía un estanque. Me dirigí hacia allí. Necesitaba calmarme, pensar bien lo que debía de hacer antes de volver a verle la cara a ese sinvergüenza. Pasé en el césped la hora de comer, con los patos. Cada vez tenía más ganas de llorar. Alguien se sentó a mi lado.
-¡Tú! –Era el recepcionista.
-El mismo- me sonrió.
-¿Pero qué haces tú aquí? –Dije con cara de asombro.
-Estaba comiendo en el bar de mi tío ahí detrás y te vi correr hacia aquí. Estaba preocupado.
-Ah, ya. No te preocupes estoy bien. Sólo necesitaba despejarme un poco. –Ese tío me ponía muy nerviosa. -Oye te voy a ir dejando, ¿eh? Todavía tengo que deshacer las maletas- le dije como excusa para alejarme de él.
-¡Vaya! Y eso que llegaste esta mañana. –Dijo sorprendido.
-Si... bueno, es que no van muy bien
las cosas por mi habitación... Luego hablamos ¿vale?- mientras me levantaba
cogió mi brazo.
-Eh… sabes que si tienes algún
problema, aquí estoy ¿no? –Me miró fijamente.
-Sí, claro. Gracias- contesté con una
sonrisa cordial.
Regresé al hostal y fui a mi
habitación. Al entrar me llevé una gran sorpresa. Él ya estaba dentro, sentado
en la cama. Suspiré. Algún día tendría que
enfrentarle.
-¡Clarisa!- se levantó de un salto-
Oye… tenemos que hablar. -Se quedó mirando mi reacción pero no dije nada, me
dispuse a deshacer mi maleta. -Quiero pedirte perdón por lo que pasó. Sé que no
es excusa pero era sólo un niño. Te busqué por todas partes Clarisa, quería
decirte que de verdad te amaba, que todo fue un error, pero nunca te encontré.
Llevo 6 años, cada día arrepintiéndome más de lo estúpido que fui. –Hablaba muy
rápido, se notaba que estaba muy nervioso. Sin embargo yo no lo miraba, seguía
ordenando mi ropa.
Varias lágrimas tontas empezaron a
salir de mis ojos, ¿por qué lloraba? ¿Es que después de 6 años todavía no había
podido olvidarle? Él no se merecía verme así.
Yo estaba de espaldas, pero él sabía que
estaba llorando. Se acercó a mí lentamente. Mientras tanto, yo era incapaz de
reaccionar. Era como si hubiera desconectado y estuviera en un mundo donde nada
de aquello pasó, donde no existía el dolor. Donde todavía se podía ser feliz.
Apretaba con fuerza mi camisa preferida,
que más tarde me tocaría plancharla de nuevo. Jack cogió mi mano. Dejé que la
camisa se deslizara sobre mis dedos y me di la vuelta. Vaya... estaba más cerca
de lo que yo pensaba. Subí la mirada hacia sus ojos. Los pude ver brillantes.
Esos ojos que un día fueron la razón de mi vida y que pensaba que nunca más
vería, estaban ahí, frente a mí. Y yo no sabía qué hacer.
-Lo siento, lo último que quería era
hacerte sufrir- dijo mientras subía la mano libre hacia mi cara.
Me tocó la mejilla. Tenía la piel muy
caliente; tan caliente que me quemaba. Ardía como si me consumiese un fuego que
resistía en apagarse. Entonces, otra lágrima cayó de mis ojos. ¿Podía ser
verdad? ¿Realmente estaba arrepentido? Mi cabeza estaba llena de dudas, pero no
era capaz de alejarme de su cuerpo. No entendía nada, era como si ya no tuviese
en control sobre mí misma.
Secó mi lágrima con su pulgar. Me miraba a los ojos, parecía verdaderamente arrepentido. Pero, ¿cómo saber si decía la verdad? Todo mi pasado se había encargado de pisotear mi confianza hasta dejarla hecha añicos en el suelo. Y no podía. Yo no tenía una varita mágica que arreglara aquel desastre, que la recompusiera e hiciera como si nada hubiese pasado. Porque aunque todo hubiese acabado, los recuerdos siguen ahí y te invaden cuando menos te lo esperas tu mente sin dejarte pensar en nada más. Por mucho que me jodiera a mí misma, era así.
-¿Por qué tuviste que hacer aquello?- mi
voz salió más temblorosa de lo que hubiera querido. Al notarlo me apretó con más
fuerza la mano. Pero algo cambió, me soltó y dejó de tocarme la mejilla. Fue
hacia el otro lado de la habitación, y apoyó sus manos en el escritorio. Bajo
la cabeza con frustración.
-Esa misma pregunta, es la que llevo haciéndome
6 años. ¿Por qué lo hice? ¿Por qué la cagué? ¿Por qué tuve que perder lo más
maravilloso que había tenido en la vida? ¿Por qué?
Cayó al suelo de rodillas. Casi no podía
hablar, su voz temblaba. Supe que de verdad estaba arrepentido. Me acerqué a
él, pero se levantó. Sin mirarme gritó perdón de nuevo y se fue pegando un
portazo. Me quedé allí, de pie y temblando, sin saber que hacer.
Ahora lo veía todo claro, no era yo la
única que había estado sufriendo todo este tiempo. Él también. Más incluso que
yo. Tenía que encontrarle, no podía dejarlo así.
Me sequé otras lágrimas que se habían
vuelto a escapar de mis ojos y cogí mi chaqueta, dispuesta a buscarle por todos
lados. Pero no lo encontré. Regresé al hostal a las doce de la noche y le
pregunté al recepcionista si lo había visto.
-¿Jack? Sí, o al menos eso creo. Es un
chico muy cerrado, ¿sabes? Casi nunca habla con nadie, siempre tiene cara de
amargado. Es como si hubiera tenido un pasado muy turbio. Quizá con sus padres,
muchos chicos que de pequeños... ¡eh! -Salí corriendo. Tenía que encontrarle.
Llamé muchas veces a su habitación pero no había respuesta. Necesitaba que supiera
que le había perdonado. Que había comprendido que cuando pasó todo aquello...
Sólo era un niño.